Ahora tengo que hacerlo, necesito expresar mis sentimientos, mi dolor y también pediros comprensión, al menos a los amigos más cercanos, por haber hecho el funeral de mi padre en la más estricta intimidad. Ha sido necesario para proteger la ya quebrada salud de mi madre.
Parece que las personas a las que amamos han de ser inmortales. No cabe en mi cabeza que puedan morir. Me cuesta aceptarlo.
En el día de hoy nos ha dejado mi padre. Ha muerto con 81 años recién cumplidos, de un traicionero cáncer de pulmón que venía disfrazado de una neumonía. Han sido días muy duros, especialmente los últimos, donde por un lado mi corazón decía “no te vayas papá”, y por otro lado, mi cabeza me decía “por favor, descansa ya en paz y deja de sufrir”.
Han sido muchos días de cuidados a mi padre enfermo y en esta convivencia diaria han emergido desde la memoria montones de buenos recuerdos que se han agolpado en mi cabeza. Momentos vividos, irrepetibles, junto a mi padre. Desde su pasión por el Real Madrid hasta su insistencia en contar los mismos chistes año tras año, pasando por sus historias de marino en sus viajes alrededor del mundo, sus vivencias de niño en su Ceuta natal y otras muchas cosas.
No pretendo hacer una elegía, ni mucho menos, no valgo para ello. Además, tengo como seguidores en el FB a poetas que lo harían mucho mejor que yo, sin duda. Sólo quiero manifestaros que quien nos ha dejado era una buena persona.
Era un trabajador incansable, un marino que había recorrido mundo durante muchos años, tan es así, que por estar embarcado no pudo asistir al momento del nacimiento de sus hijos. Una de sus mayores penas fue esa: el no haber podido estar más tiempo con sus hijos debido a su trabajo en la mar.
En su última época laboral, en un trabajo especialmente duro y mal pagado, y con nocturnidad, como es la pesca en trainera, lo único que a veces podía traernos, con la resignación de no haber ganado nada para la casa, era algo de pescado fresco, con la idea de que ese día por lo menos no nos faltaría la comida… Fueron tiempos muy difíciles que capeamos gracias a sus lecciones de sencillez y humildad.
Mis recuerdos de niñez sobre él son extraños, sobre todo porque en alguna época lo veía de forma intermitente cuando arribaba al puerto de Málaga y desembarcaba algunas horas para tener que partir nuevamente hacia otro rumbo. Pero siempre llegaba con la ilusión de vernos a nosotros, sus hijos, y, por supuesto, de ver a su mujer Paquita, a la que adoraba sobremanera y a la que ha cuidado y se ha preocupado por su diabetes y Alzheimer, hasta el último de sus días. Vaya forma de querer a una persona. Era su vida. Un par de días antes de morir, cargado de morfina para los dolores, se despertó repentinamente y le preguntó a mi mujer, la hora que era. “Son las 3, Melchor”, le contestó ella. “Pues hay que estar atento que a Paqui ha de ponerse la insulina lenta a las 4… “.
Él no tuvo la oportunidad de formarse, sabía leer y escribir a duras penas, “las cuatro reglas” como le gustaba decir, pero tenía claro que sus hijos teníamos que estudiar, para que “no sufráis golpes de la mar como yo”. A pesar de ello, sus experiencias vitales le habían enseñado perfectamente a distinguir entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo importante y lo que no lo era.
Cuando dejó la mar, por jubilación, y ya en casa a diario, tuvo un papel de mediador nato en la familia. Era, en sus mejores momentos, el pacificador de las relaciones entre madre e hijos. Su carácter afable y su bonomía permitían realizar esta importante labor de cohesión familiar.
En mi recuerdo siempre estará como una persona alegre, viva, con ganas de divertirse, que adoraba a sus nietos, pero también a sus hermanos, y a sus sobrinos. En especial a su hermana Charo, a quien tengo que agradecer, y a su marido Paco, que hayan estado atentos de él (y de mi madre) hasta los últimos días de su vida. Impagable, sólo puedo tener para ellos buenas palabras, además de un enorme afecto.
Por otro lado, Melchor llevaba a gala ser ceutí. Ceuta estaba en su corazón y allí lo llevaremos al Foso de San Felipe a esparcir sus cenizas, regresando al lugar que le vio nacer. Al lugar donde, en su niñez, fue feliz con su padres y hermanos.
No sé si hay un modelo de padre perfecto; si lo hay, yo no lo soy. Pero para mí mi padre si lo era. Desde luego era el padre que siempre quise tener y yo, quizás, el hijo que él no se merecía. Me tendría que haber esforzado algo más en ser un mejor hijo, lo lamento papá y espero que allá donde estés sepas perdonarme. Sobre todo porque, quizás, nunca supe demostrarte lo mucho que te quería.
Por lo demás, a mis seguidores del FB, os pido disculpas por si os he hecho perder el tiempo o si os he molestado con estas cosas mías. Pero tenía que decirlas, a modo de terapia, para encontrarme bien conmigo mismo y poder expulsar de mi mente parte del veneno de amargura y pena que ahora me invade.
Si a alguien le apetece demostrarme su afecto, con un “me gusta” es suficiente, no es necesario que digáis más nada porque mis amigos cercanos, los que me aprecian de verdad, ya se lo que sienten sin tener que expresarlo en mi muro.
Salud para todos que es lo importante.
PDT: Estos momentos duros también han servido para confirmar, porque ya me di cuenta hace mucho tiempo, de que no soy nadie sin Amparo, mi eterna compañera, que me ha apoyado y ayudado lo indecible para poder dedicarme a mis padres en este lance duro de la vida. Ha sufrido la muerte de mi padre como si de una hija más se tratara. TQM
